Primera semana del juicio por accidente radiactivo
El próximo viernes debe concluir el llamado juicio radioctivo que comenzó esta semana en el tribunal oral en lo penal de Chillán y que tiene como objetivo juzgar a dos personas que aparecen como los principales inculpados en el accidente ocurrido el 15 de diciembre de 2005 durante la construcción de la celulosa Nueva Aldea.
En las audiencias ha quedado meridianamente claro que hubo una sucesión de errores que podrían haberse evitado si hubiera existido más control.
Sin embargo, se produjo un accidente inédito en el país que terminó con una persona con serias lesiones y un juicio que tiene el rasgo de ser simbólico según se señala, pues los imputados arriesgan poca pena y de hecho seguramente la cumplirán de forma remitida.
Pero éste es el preludio de otro mayor que debería enfrentar a los querellantes y a poderosas empresas y eventualmente a la CCHEN, para pedir indemnizaciones en favor de Miguel Angel Fuentes.
No se señalan aún las cifras, pero deberían ser multimillonarias en virtud de los efectos generados en el organismo de una persona.
JORNADAS PREVIAS Durante las cinco jornadas previas, la fiscalía presentó alrededor de treinta testigos y una serie de pruebas que demuestran los daños generados por la radioactividad en una serie de personas.
Por este caso, hay dos acusados, quienes eran funcionarios de la empresa ITC, la que fue contratada por la constructora Echeverría Izquierdo con el fin de comprobar el buen estado de las soldaduras en la etapa de ensamblaje industrial.
Durante uno de los trabajos que comenzó la noche del 14 de diciembre, un equipo formado por Sergio Pérez, quien tenía autorización para operar el equipo radioactivo, debía efectuar una serie de gammagrafías según plan definido junto con su jefe directo, Lautaro Domínguez.
Sin embargo, según ha podido determinarse en las audiencias, Pérez delegó la responsabilidad del armado del peligroso equipo en su ayudante Francisco Rojas, quien no tenía conocimiento en el tema sino que lo había aprendido casi por osmosis o “como un maestro chasquillas”, dicen otros.
Debido a que no se habría efectuado bien el procedimiento la placa de iridio 192 cayó cerca de las 10 del mismo día y sin darse cuenta los operarios continuaron trabajando.
Como el detector de zona que podría haber avisado de la pérdida del elemento estaba apagado, nadie se percató de que aquella no estaba en el interior del compartimento donde debía haber estado.
Obviamente las posteriores placas que sacaron salieron todas veladas y al término de una jornada que ellos creían normal guardaron el equipo.
Sin embargo, durante toda la noche el elemento radioactivo estuvo a 22 metros de altura en la zona de evaporadores donde otras personas trabajaron. Ahí, lo encontró causalmente el operario Miguel Angel Fuentes a quien le llamó la atención y lo tomó con su mano izquierda y posteriormente lo guardó en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón.
Esto ocurrió a las 11 horas aproximadamente y poco tiempo después el operario comenzó con problemas originados por el síndrome radioactivo agudo, aunque sin saberlo.
Acompañado de un jefe fue hasta la oficina de administración para dar a conocer su estado de salud y con la cápsula radioactiva en su mano.
Mientras estaban ahí, un ingeniero de una empresa finlandesa llegó hasta el lugar con un detector Geigger el cual sonaba profusamente dando cuenta que había radioactividad en el área.
Inmediatamente todos miraron al operario y al extraño objeto que tenía. El “gringo corrió” han dicho testigos en las declaraciones y sólo en ese momento se dieron cuenta del peligro que los acechaba.
Rápidamente ordenaron depositar la fuente en una tubería de acero de grandes dimensiones y posteriormente todos corrieron y en pocos minutos en área fue acordonada.
Lautaro Domínguez, supervisor de ITC, extrajo con su mano el elemento y lo puso a resguardo. Luego de ello comenzaron las investigaciones de fiscalía y un largo proceso que debe concluir este viernes con posibles penas para los acusados.
Publicado en La Discusión, Domingo 18 de marzo de 2007.-
En las audiencias ha quedado meridianamente claro que hubo una sucesión de errores que podrían haberse evitado si hubiera existido más control.
Sin embargo, se produjo un accidente inédito en el país que terminó con una persona con serias lesiones y un juicio que tiene el rasgo de ser simbólico según se señala, pues los imputados arriesgan poca pena y de hecho seguramente la cumplirán de forma remitida.
Pero éste es el preludio de otro mayor que debería enfrentar a los querellantes y a poderosas empresas y eventualmente a la CCHEN, para pedir indemnizaciones en favor de Miguel Angel Fuentes.
No se señalan aún las cifras, pero deberían ser multimillonarias en virtud de los efectos generados en el organismo de una persona.
JORNADAS PREVIAS Durante las cinco jornadas previas, la fiscalía presentó alrededor de treinta testigos y una serie de pruebas que demuestran los daños generados por la radioactividad en una serie de personas.
Por este caso, hay dos acusados, quienes eran funcionarios de la empresa ITC, la que fue contratada por la constructora Echeverría Izquierdo con el fin de comprobar el buen estado de las soldaduras en la etapa de ensamblaje industrial.
Durante uno de los trabajos que comenzó la noche del 14 de diciembre, un equipo formado por Sergio Pérez, quien tenía autorización para operar el equipo radioactivo, debía efectuar una serie de gammagrafías según plan definido junto con su jefe directo, Lautaro Domínguez.
Sin embargo, según ha podido determinarse en las audiencias, Pérez delegó la responsabilidad del armado del peligroso equipo en su ayudante Francisco Rojas, quien no tenía conocimiento en el tema sino que lo había aprendido casi por osmosis o “como un maestro chasquillas”, dicen otros.
Debido a que no se habría efectuado bien el procedimiento la placa de iridio 192 cayó cerca de las 10 del mismo día y sin darse cuenta los operarios continuaron trabajando.
Como el detector de zona que podría haber avisado de la pérdida del elemento estaba apagado, nadie se percató de que aquella no estaba en el interior del compartimento donde debía haber estado.
Obviamente las posteriores placas que sacaron salieron todas veladas y al término de una jornada que ellos creían normal guardaron el equipo.
Sin embargo, durante toda la noche el elemento radioactivo estuvo a 22 metros de altura en la zona de evaporadores donde otras personas trabajaron. Ahí, lo encontró causalmente el operario Miguel Angel Fuentes a quien le llamó la atención y lo tomó con su mano izquierda y posteriormente lo guardó en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón.
Esto ocurrió a las 11 horas aproximadamente y poco tiempo después el operario comenzó con problemas originados por el síndrome radioactivo agudo, aunque sin saberlo.
Acompañado de un jefe fue hasta la oficina de administración para dar a conocer su estado de salud y con la cápsula radioactiva en su mano.
Mientras estaban ahí, un ingeniero de una empresa finlandesa llegó hasta el lugar con un detector Geigger el cual sonaba profusamente dando cuenta que había radioactividad en el área.
Inmediatamente todos miraron al operario y al extraño objeto que tenía. El “gringo corrió” han dicho testigos en las declaraciones y sólo en ese momento se dieron cuenta del peligro que los acechaba.
Rápidamente ordenaron depositar la fuente en una tubería de acero de grandes dimensiones y posteriormente todos corrieron y en pocos minutos en área fue acordonada.
Lautaro Domínguez, supervisor de ITC, extrajo con su mano el elemento y lo puso a resguardo. Luego de ello comenzaron las investigaciones de fiscalía y un largo proceso que debe concluir este viernes con posibles penas para los acusados.
Publicado en La Discusión, Domingo 18 de marzo de 2007.-
Etiquetas: celco, celulosa, radioactivo
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